Una arquitectura diferente para Madrid

La calle Alcalá había sido la city de Madrid durante décadas, pero los bancos buscaban lucirse en la Castellana, el flamante eje que surcaba la ciudad de norte a sur. A los propietarios del Banco de Bilbao la sede tradicional de Alcalá, un diseño de 1918, se les quedaba vieja, y plantearon un nuevo edificio corporativo en la gran avenida a la que el franquismo había rebautizado como «del Generalísimo». Un proyecto, por cierto, del ingeniero Eduardo Torroja y Secundino Zuazo, el arquitecto que antes de la Guerra Civil había diseñado la expansión de la Castellana. Si el arquitecto navarro, fallecido en 2000, no hubiera concurrido, en ese lugar había hoy una atalaya bien distinta.

El otro gran hito de Sáenz de Oíza para la ciudad en que pasó casi toda su vida se quedó a medias. El plural con que se conoce el edificio de Torres Blancas alude a dos, pero la segunda quedó en la imaginación y sobre los papeles del arquitecto. «Fue bastante difícil conseguir la licencia incluso de esta única torre en la carretera de Barcelona, como se conocía a la avenida de América a principios de los años sesenta», explica el hijo del autor, el arquitecto Javier Sáenz Guerra, que ha comisariado junto a sus hermanos Vicente y Marisa la exposición Sáenz de Oíza. «El Ayuntamiento de Madrid no estaba seguro ni convencido de cómo iba a quedar este hito en la entrada de la capital», añade el arquitecto.

Su padre encargó varias maquetas del proyecto, y también unos fotomontajes para mostrar las dos torres a la entrada. Sáenz de Oíza proyectó para él unas grandes bandejas que armonizaban con los inconfundibles balcones circulares del rascacielos. «Con su línea, muy wrightiana, ese edificio hubiese sido claramente una solución mejor que el grupo de viviendas construido junto a la torre», sentencia su hijo Javier.

Un teatro de la Ópera para la Castellana

La Castellana se convertía en un enorme escaparate para los bancos, pero también para la cultura. Con ese espíritu hay que entender el hecho de que en 1962 se organizase un concurso para dotar a la avenida de su propia ópera. Lo convocó la Fundación Juan March, que había destinado nada menos que 400 millones de pesetas para construirla, en una enorme parcela de más de 200.000 metros cuadrados ubicada en los terrenos en el actual Azca. Las maquetas y croquis despliegan fantasías naturalistas, expresionistas, brutalistas, organicistas... Esta última tendencia, apunta el catedrático emérito de Historia de la Arquitectura Antón Capitel, era la que, en su versión madrileña, estaba «más en boga» en aquel momento.

Así lo cree el arquitecto Iñaki Bergera, quien dedicó una tesis doctoral a su colega vasco. Esa intención plástica queda plasmada, considera, en la fachada de su ópera. «Es un arquitecto muy ‘artista’, atormentado y en permanente búsqueda». En colaboración con Antonio Miró, el singular Fernando Higueras presentó un edificio de apariencia espectacular.

Tampoco salió adelante la segunda propuesta ganadora. Mientras, en el terreno de la ópera crecía la hierba y, a los pocos años, los rascacielos característicos de Azca.

Una escuela para complementar la Residencia de Estudiantes

No lejos de allí, sobre la Colina de los Chopos, el lugar de la Residencia de Estudiantes y luego del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, en los años de la República se aprobó un proyecto casi desconocido, que languideció y desapareció tras la Guerra Civil. Aquel proyecto heredero de los planteamientos pedagógicos de la Junta de Ampliación de Estudios no superó la guerra, ni la depuración de los arquitectos no afectos del nuevo régimen. «Cuando el proyecto ya se está ejecutando, los dos arquitectos son depurados por el franquismo. » No quedó el daño de la guerra en el abandonado proyecto de escuela.

«El Auditorio de la Residencia se derriba para construir una iglesia en su lugar, la capilla del Espíritu Santo, ahuyentando de esa forma los malévolos espíritus del liberalismo progresista, y destruyendo la idea, y el espacio de una institución cultural», señala Martín Domínguez, hijo del arquitecto represaliado.

Resumen del texto original de: Jose Manuel Abad para  El Pais